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domingo, 29 de marzo de 2015

Un actor en madreñas

Modesto Muñiz 'Sancho' da la vuelta al mundo con un anuncio de un Jeep junto a Jesús Calleja. Hijo del peón caminero del puerto de Tarna, con sólo 14 años ya trabajaba en una mina de mercurio. ofició gran cantidad de labores, entre ellas la de barrenista y la de cocinero, y ahora es la estrella de un ‘spot’ televisivo en compañía de su amigo Jesús Calleja que ha dado la vuelta al mundo.

Modesto Muñiz 'Sancho' con su atuendo de pastor en Maraña.
MARCIANO PÉREZ
EMILIO GANCEDO 29/03/2015

El ambiente relajado que se distingue o intuye en el anuncio de Jeep es el mismo que uno respira nada más franquear la puerta de la taberna-restaurante: afuera el cierzo dispara con posta y aún corren lenguas de nieve por las calles de Maraña, pero dentro hay calor camarada, bromas e ironías, y los ganaderos departen con los jubilados, el pescadero hace tiempo echando un vino, entra la cartera y reparte el correo como si aquello fuera el frente de Verdún, y un paisano de Blimea afincado en el pueblo («oye, y que no somos a echarlo», dicen los otros, resignados) cuenta chistes verdes siempre ambientados en el concejo de Caso. Por eso, cuando los del periódico manifestamos nuestro deseo de hacerle unas fotos a Sancho, famoso en todo el ciberespacio por protagonizar, junto a otros parroquianos, el spot de un todoterreno conducido por el televisivo Jesús Calleja, el bar ruge con una sola voz: «¡Pero ponte la indumentaria, home!».

La indumentaria cotidiana de Sancho consiste en una audaz combinación de pantalones de camuflaje, anorak, madreñas picudas, palo contundente y gorro de piel con expresivas orejas que le trajo un hijo «de un país de esos raros», todo lo cual le da aspecto de diosecillo montisco, de fauno serrano: una especie de Dersu Uzala de la montaña leonesa avezado a la compañía y al lenguaje de los perros y los ganados, pacífico, sencillo y de clara parla. Lo demuestra en la tertulia desplegada, cómo no, en la cantina de José Eugenio, y en ella revela las muchas vueltas y vuelcos que ha venido dando su vida, porque no todo es lo que parece tras el curtido rostro de este paisano. Por ejemplo, que no se llama Sancho aunque de esa forma le conozca el valle entero sino Modesto, nombre que le viene como pelliza al cuero. «De pequeño debía de ser gordo, muy gordo, yo ni me acuerdo», dice, y resulta difícil de imaginar, tan espigado como es, «por eso me empezaron a llamar Sancho, y así quedé». Quedó con nombre de rey orondo este hijo del peón caminero del puerto de Tarna por la parte de León (lo dice con bien de orgullo, y recalca: «¡Cuánto espaló aquel hombre!») y de la infancia se acuerda de los túneles que entre la nieve practicaban los vecinos para poder conectar unos pueblos con otros, y de las veceras, y de arrancar gamones, y de los 40 niños y 41 niñas que había en la escuela, y de ir anca’l señor Donato a escuchar la única radio que había, y también de aquellos profesores que vinieron a poner escuela de esquí y se maravillaron de la maña que se daba la mocedad local («buenos, muy buenos esquiadores dio Maraña», avisa, y entre la concurrencia hay un campeón veterano que guiña el ojo).

Le gustaba el ganado y de mayor quería ser tratante, pero a los 14 ya andaba trabajando en una mina de mercurio que hubo en el valle de Riosol («es malo el mercurio, es peor que el carbón») y con 16 marchó a Gijón a trabajar en las obras. «Bueno, al menos allí irías a la playa», se le comenta, y responde: «Sí, la mi playa era la hierba...». Porque los meses de verano venía al pueblo y todo era hacer marallos y andar con las vacas y coger lentejas y arvejos y las mil tareas que le ataban a Maraña hasta las navidades. Le llamaron a filas pero no le juzgaron apto («no sé qué verían...») y después vino un rosario de destinos diversos: en un bar de Barcelona donde el jefe de cocina casi se ahoga en el mar y de la noche a la mañana tuvo él que aprender a hacer paellas multitudinarias, en Riaño con el Pegaso de un vinatero yendo a León «a por vino, gaseosa y pesicola», de nuevo en Gijón en un lagar de sidra, en una mina de carbón en Colle (y en Boñar acertó a casar) donde el compañero que le cambió el turno murió en accidente, en una fábrica madrileña de lejías... de todo. Ahora, ya jubilado, se dedica a cuidar las vacas de un amigo, y cría yeguas de silla, y burrines para salvarlos del olvido, ¡y hasta un mulo! Y a pasar ratos agradables con amantes de la montaña como Jesús Calleja.

—¿Y no te pusiste nervioso cuando grabasteis el anuncio?

—A mí lo único que me pone nervioso es la mujer.

Grande.




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