Reportaje: EN BUSCA DE LO SALVAJE. Capítulo II.
Andoni Canela, 15-10-2013.
Foto: Andoni Canela |
Subimos a la montaña todos juntos -Meritxell, Unai, Amaia y yo- con la intención de pasar la noche allí. El principal atractivo de este sitio para Amaia es la presencia de multitud de arandaneras, que a finales de agosto empiezan ya a tener fruto. A ella siempre le ha gustado recolectar frutos silvestres (moras, frambuesas, fresas, endrinos...) y comerlos mientras los recoge. Nunca antes había comido arándanos directamente de la mata, pero conocía su sabor y recordaba la pasión que ejercían sobre los osos gracias a un cuento precioso ("Arándanos para Sal", de Robert McCloskey) que Meritxell le suele leer.
Para evitar que Amaia engulla una cantidad de arándanos excesiva como el pequeño oso glotón del cuento le explicamos que en la Montaña de Riaño, además de lobos, hay osos, y que, claro, debe dejar unos cuantos frutos en la plantas para ellos. Y Amaia así lo entiende.
Hace años estuve trabajando en un libro sobre el oso pardo y tuve la oportunidad de seguir sus rastros y verlos en estas montañas. Entonces conté con la ayuda de Bernardo Canal, natural de estas tierras y gran rastreador de osos, que en esos tiempos trabajaba en las patrullas de la Fundación Oso Pardo. Él me enseñó muchos de los lugares que hoy recorro con mi familia y algunos de los secretos para detectar la presencia de lobos y osos por sus huellas y rastros.
El oso pardo, junto al lobo, es otro de los animales representativos de esta zona, y los arándanos, que son buena fuente de azúcares en la dieta del animal, suponen un alimento muy preciado por el plantígrado, aunque por aquí les gusta mucho comer los frutos de los escuernacabras, también llamados pudios.
Foto: Andoni Canela |
Unai y yo nos proponemos ir a la cima de la montaña con la intención de tener una vista panorámica de las montañas y quizás avistar algún lobo en la lejanía. Meritxell se queda sola con Amaia en el lugar donde nos disponemos a pasar la noche, viéndose totalmente rodeada de arandaneras en ese punto del día en que osos y lobos se desperezan. Antes de que marchemos, me pregunta: "Y si, de pronto, aparece un oso que viene a comer arándanos... ¿qué hago?". "Háblale y se irá. De hecho, si os oye de lejos, ya ni se acercará", le aconsejo. Las probabilidades de que un oso aparezca por allí son extremadamente bajas, pero nunca se sabe.
Unai y yo no tenemos demasiada suerte con el avistamiento de lobos. Pero podemos disfrutar de las sorpresas que nos depara la montaña cuando se va haciendo de noche. La luna llena, que llegó a su plenitud la noche anterior, brilla con fuerza en un cielo libre de nubes.
Montaña de Riaño. Foto: Andoni Canela |
Bajando por una pista hasta el lugar de acampada, donde nos esperan Meritxell y Amaia, vemos a una de las aves más especiales de estas montañas: es el chotacabras gris, también conocido como engañapastores, que se activa durante el atardecer y la noche. Su canto es una especie de sonido metálico, una mezcla del ruido que hacen los grillos y las chicharras con el croar de los sapos. Lo escuchamos en la oscuridad de la noche y los dos estamos de acuerdo en que es uno de los cantos de pájaro más extraños que hemos oído. El espectáculo sonoro no termina, y justo después del chotacabras escuchamos a un par de cárabos con su ulular bello y penetrante.
Cuando Unai y yo llegamos al lugar de acampada comprobamos que Meritxell mantiene alejada a la fauna salvaje del lugar contándole a viva voz a Amaia mil y una versiones distintas de un cuento sobre un oso simpático y bonachón.
Los primeros lobos
De nuevo, en las cimas de la Montaña de Riaño. Unai y yo pasamos la noche al raso con el objetivo de localizar lobos en los extremos del día: al anochecer y al amanecer. Hace falta organizarse antes de las primeras luces del alba. Todavía no son las seis y despierto a Unai. Se despereza mientras sale del saco de dormir. Los primeros rayos del amanecer van pintando el paisaje poco a poco, como en cámara lenta.
Montaña de Riaño. Foto: Andoni Canela |
Foto: Andoni Canela |
Y finalmente nuestros esfuerzos y esperas se ven compensados. Localizamos una manada de lobos entera: el macho alfa, la hembra y cuatro lobatos. Están a unos 500 metros de distancia, pero con el telescopio se ven perfectamente. Unai está entusiasmado: "¡No olvidaré nunca este día!", repite una y otra vez.
Foto: Andoni Canela |
Sus reacciones y frases como ésta me hacen sonreír. Sin duda el contacto directo con la fauna salvaje, en pleno monte y en libertad, proporcionan al chico experiencias únicas que con seguridad formarán parte de las mejores imágenes de su infancia.
Foto: Andoni Canela |
Andoni Canela es un reconocido fotógrafo de naturaleza cuyo trabajo ha aparecido publicado en cabeceras como National Geographic, Time o Geo. Su serie de artículos Espíritu Salvaje, fruto del proyecto Looking for the Wild que lo llevará a viajar por todo el mundo en busca de los animales más representativos de cada continente, aparece publicada cada mes en Quesabesde.